Publicado na Revista Eletrônica “La Onda Digital”, edição 378 – Uruguai, em 26 de fevereiro de 2008.
El nuevo presupuesto fiscal para el año 2009, propuesto días atrás por el presidente de los Estados Unidos de América (EEUU), Sr. George W. Bush, promete trasladar la desastrosa herencia económica de su administración hacia el primer año de su sucesor. De hecho, hoy el déficit comercial anualizado del país se sitúa en cerca de U$S 820 mil millones y su déficit en cuenta corriente se sitúa en U$S 752 mil millones, o el 4.8% del PBI, a pesar de la caída libre de la moneda americana.
Y aún son más preocupantes, los índices de los indicadores sociales en los EEUU, si miramos, por ejemplo, la alta tasa de desempleo, superior hoy al 5% en otrora prósperos estados federados norteamericanos como California, Connecticut y Michigan, situación peor que en el Estado de San Pablo. De la misma manera, decenas de millones de personas no tienen asistencia social oficial eficaz en aquel país, lo que las coloca en una situación mucho peor que la de los más desfavorecidos brasileños.
Pues bien, habiendo heredado de la administración Clinton un presupuesto con un superávit de cerca del 2% en 2001, George W. Bush propone un déficit del 2.9% para los próximos dos años, sin contar con los gastos derivados de las aventuras militares en un monto superior a U$S 600 mil millones, con un aumento de los gastos militares en un 8%. Tal déficit seguramente se agravará con la caída de rentas fiscales derivadas de la recesión económica.
Por otro lado, los gastos sociales sufrirán una caída real de cerca del 3%, principalmente con los cortes enfocados en los programas de asistencia médica denominados Medicare y Medicaid, más allá de los gastos como aquellos derivados del entrenamiento de especialistas pediátricos. Tales medidas tornarán inviables a los ya muy modestos programas de inclusión social en vigor en los EE.UU.
Los efectos de un presupuesto tan disparatado llevan, necesariamente, a previsiones en el sentido de que la economía de los EE.UU. estará todavía muy debilitada por lo menos durante los próximos dos años. El dólar norteamericano continuará probablemente cayendo frente a las principales monedas de referencia, inclusive el Real, en un futuro próximo.
Las bolsas de valores de los EE.UU. continuarán pasando por momentos de gran volatilidad. La inflación del país estará en alta, a pesar de la caída de los intereses, alrededor de un 5%, contra el 2.5% hace un año. El sector productivo de economía de los EE.UU. estará sufriendo por la falta de crédito palanqueando las compras de bienes de consumo y la financiación de bienes de capital y a emprendimientos diversos. El sector financiero estará todavía recuperándose de las consecuencias de la crisis del mercado inmobiliario y optará por prestar más al gobierno.
La clara prioridad estratégica en el aparato militar y en la expansión global del poderío bélico, asegurada por las colocaciones presupuestarias, hará que la percepción internacional de la economía de los EE.UU. sea de creciente riesgo. Para la comunidad multinacional, la situación debe ser vista con preocupación, en el corto plazo.
De hecho, incluso para países como Brasil, con apenas cerca del 25% de su comercio exterior hecho con los EE.UU., el anunciado colapso de su economía, hará que su comercio sea afectado, por las pérdidas de sus otros socios privilegiados, que tienen con los EE.UU. una pauta de intercambio, como es el caso de la Unión Europea, de China, de México y de tantos otros.
Con todo, el fin del excesivo protagonismo de economía de los EE.UU. en el escenario mundial, debe ser, a largo plazo, visto como altamente benigno para la comunidad internacional de las naciones. Esto porque la recuperación económica de los EE.UU. pasará necesariamente por el desmantelamiento significativo de su aparato bélico, lo que también significará el fin de los actuales abusos, ilegalidades y atentados a los derechos humanos por parte del país, en la esfera de su política exterior.
Traducido para LA ONDA digital por Cristina Iriarte