Publicado na Revista Eletrônica “La Onda Digital”, edição 420 – Uruguai, em dezembro de 2008.
La experiencia enseña que los hombres y los gobiernos jamás aprendieron nada de la historia. F. Hegel
No se escapa impunemente del desprecio a las lecciones de la Historia, como quedó demostrado una vez más por la crisis financiera de 2008. De hecho, gobiernos, entidades financieras, medios de prensa, inversores, entre otros agentes, durante las últimas dos décadas, ignoraron que el uso irresponsable de los llamados mercados a futuro fue el factor causante de la crisis financiera de 1929, factor desencadenante de la llamada Gran Depresión.
Así, los llamados mercados financieros se lanzaron en una insana orgía especulativa sin precedentes en la historia mundial, al punto de que, a fines de 2007, el total de los valores en contratos de mercados a futuro había alcanzado un valor aproximado a los U$S 600 trillones, contra un monto de apenas U$S 80 trillones en 1998.
Ahora, el valor del Producto Bruto Interno (PBI) mundial es de cerca de U$S 50 trillones; el valor del PBI de los Estados Unidos es de U$S 15 trillones; el valor del PBI brasileño es de U$S 1.2 trillones; y el monto del comercio internacional de mercaderías fue, en el año 2007, de U$S 13.6 trillones.
Contrastando dichos valores, se ve con claridad que los valores de los mercados a futuro no sólo dejan de tener relación alguna con la realidad de la economía global, sino que demuestran categóricamente la naturaleza criminalmente especulativa de las respectivas operaciones y, asimismo, la magnitud del problema que afectará la economía mundial por muchos años.
Los mercados a futuro, en su origen, eran contratos que creaban obligaciones futuras constituidas en el presente, con el propósito de transferir riesgos a terceros, mediante un costo. De esta manera, en su concepción original, el instrumento de los mercados a futuro era conservador. Se hacía, por ejemplo, el vallado (hedge) del tipo de cambio en la venta externa para fijar el precio real. Sus usuarios son parte en negocios diversos, intermediarios y árbitros.
La parte vendedora, también llamada short, ubica el riesgo, asumido por el comprador, posición denominada long. Los actores periféricos son los intermediarios, normalmente banqueros, auditores, agencias de riesgo y abogados. Los negocios subyacentes a los mercados a futuro eran mercaderías, como metales, granos, energía; valores inmobiliarios como acciones y títulos; y monedas.
Los tipos básicos de contratos de los mercados a futuro son los llamados forward, o sea, una compra y venta futura en el mercado de mostrador; futuro, una compra y venta en una fecha futura en la bolsa de valores; swap, una serie de contratos forward o futuros con vencimientos secuenciales; y opciones de compra (call) o venta (put).
Sin embargo, los agentes especuladores inmediatamente desvirtuaron el propósito del instrumento, inicialmente en la década de 1920, como un medio de concreción de lucros artificiales, mediante el apalancamiento excesivo con bajos márgenes en los contratos de opción, como bien lo relató John Kenneth Galbraith en su clásica obra, The Great Crash of 1929. En aquella ocasión, los valores correspondientes de los mercados a futuro de cara al mercado inmobiliario eran del 66%.
Con el paso de los años y, principalmente a partir de la década de 1980, se constató la existencia de distorsiones profundas en el uso de los mercados a futuro. Tales desvíos eran fundados en la ideología del neoliberalismo, que promovía un capitalismo irresponsable caracterizado por la falta de control asegurada por la llamada auto-regulación de los mercados, y presentaba el mito de que los mercados a futuro crean nuevas riquezas a ser compartidas por todos.
Así, poco a poco, los negocios con mercados a futuro se desligaron de los negocios subyacentes y adquirieron un carácter predominantemente especulativo, no sólo en los montos apostados sin fundamento en la economía real, sino como en los llamadas especulaciones exóticas que procuraban legitimar apuestas en factores como el clima, riesgo financiero, emisiones de gases, costo de flete, etc..
A fines de 2007, los valores de los mercados globales de mercados a futuro indicaban un apalancamiento del 1.000% por encima de la economía real, o sea, una absoluta ausencia de caracterización de sus propósitos originales, un riesgo desmedido y un concierto global de acciones criminales motivadas por la avidez exacerbada y llevadas a cabo por diversos especuladores, entre los cuales se encontraban instituciones financieras de aparente respetabilidad.
Dichas operaciones crearon una prosperidad artificial en los países desarrollados, principalmente en los Estados Unidos de América (EE.UU.) y en el Reino Unido (RU), una enorme burbuja económica, por la falta de consistencia e irrealidad. Dichos países sufrirán, por muchos años, los efectos de este desastre y, sin duda, intentarán pasar el costo a los países en desarrollo.
Aún, incluso entre estos últimos, asistimos a algunas aberraciones en el mercado de los mercados a futuro, inclusive en Brasil, donde se dieron principalmente en el área de cambio, sector ya marcado por el artificio caracterizado en la actuación del Banco Central como autoridad monetaria y, al mismo tiempo, como especulador en el mercado futuro (sic).
Gran parte de los productos mercados a futuro de cambio presentados al público inversor plantearon graves fallas en el sentido de la creación de riesgos unilaterales y una carga potencial excesiva sólo para una de las partes, trajeron, y aún traerán, grandes pérdidas, por un lado, y grandes lucros, por otro.
Por nuestra parte, urge, para proteger el interés público, una mayor y más amplia regulación de los mercados a futuro y la obligatoriedad de su registro previo, en cuanto a la naturaleza del producto y montos de cada emisión, en la Comisión de Valores Mobiliarios (CVM). En el ámbito externo, Brasil debe procurar promover las mismas acciones y la uniformidad de conceptos en un marco de desarrollo del derecho internacional.
Traducido para LA ONDA digital por Cristina Iriarte