Publicado na Revista Eletrônica “La Onda Digital”, edição 334 – Uruguai, em 17 de abril de 2007.
Bajo un nuevo ropaje, la reciente visita del presidente George W. Bush a algunos países seleccionados de América del Sur procuró promover, una vez más y, naturalmente a su favor, la política externa comercial del juego de suma cero, donde la ganancia del vencedor es la pérdida del derrotado.
Por consiguiente, al representar los intereses comerciales más proteccionistas de los Estados Unidos (EE.UU.), el presidente norteamericano procuró inicialmente causar fisuras diplomáticas en la región, al promover la tradicional dicotomía maniqueísta entre países buenos y países malos.
En realidad, la región tiene hoy, conquistada a duras penas, una situación envidiable de estado de Derecho y de libertades democráticas, que inclusive ofrece una lección a los EE.UU. de Bush. Así, son hoy en día los países sudamericanos sociedades democráticas en busca de desarrollo económico y del progreso social, arduas tareas conducidas por gobiernos legítimos. Brasil no es un país “bueno”, de la misma forma que Argentina, Bolivia y Venezuela no son países “malos”.
Al promover su agenda de visita, el presidente de los EE.UU. asignó con una anacrónica “ayuda”, que consistiría en el envío de un navío hospital al Caribe, migajas para el aprendizaje de la lengua inglesa, y un monto de recursos, doblado para U$S 14 mil millones, la mitad de los cuales para que Colombia adquiriese equipamiento militar en su país, a fin de sustentar una política, tan estancada como fallida, en la guerra civil que asola hace décadas a los colombianos.
Esta política se asemeja a lo que ya se hacía hace más de un siglo, en la época del presidente Theodore Roosevelt, y debe ser pulida, aunque enérgicamente rechazada, pues es afrentosa, además de vil.
El enorme egoísmo vigente en los círculos oficiales norteamericanos impide que los líderes de los EE.UU. se guíen, por ejemplo, por lo que ocurrió en Europa en términos de desarrollo regional desde que el Tratado de Roma fue firmado, hace exactamente medio siglo.
En ningún lugar, el juego de suma cero se planteó con mayor cinismo, incluso, que en Brasil. La cuestión del etanol, muy alardeada, fue un ejemplo determinante. De hecho, los EE.UU., al mismo tiempo en que reconocen la importancia del combustible renovable, penalizan a Brasil con un arancel del 2,5%, más que el doble de su promedio, así como una tasa suplementaria de U$S 0,54 el galón, lo que representa un tributo arancelario de más de veinte veces su arancel medial.
Tan escandaloso proteccionismo está fundado en los grupos de presión de los estados productores de maíz de los EE.UU. y fue acogida en las líneas generales de la política comercial norteamericana de libre comercio selectivo, apenas donde interesa. Con todo, la necesidad de una alternativa estratégica al petróleo empuja al país a buscar en el etanol uno de los remedios.
Sin embargo, tal búsqueda, dentro de las doctrinas tradicionales de política comercial norteamericanas, debe ser hecha de manera de permitir que solamente sus empresarios sean beneficiados en el emprendimiento. “Old habits die hard” (Viejos hábitos difícilmente mueren, en traducción libre).
De esta manera, al mismo tiempo en que mantienen los elevadísimos aranceles de importación, los EE.UU. quieren buscar la importación del etanol, no de Brasil, que continuará siendo discriminado, sino de países de América Central y del Caribe, donde los miembros de otro poderoso grupo de presión, los cubano-americanos de Miami, tienen sus propiedades.
Así, Brasil suministraría su tecnología y capitales a dichos países, que producirían para atender el mercado norteamericano, mientras las fronteras de los EE.UU. continuarían cerradas a los productores sudamericanos, teniendo en cuenta el elevado tributo arancelario. Así, vencerían el grupo de presión del maíz y el lobby de los cubanos americanos de Miami, al tiempo que los brasileños continuarían como perdedores, alienados del mercado norteamericano.
Para lidiar con los estrategas de la política comercial exterior de los EE.UU. los brasileños deben aprender a reconocer sus fríos fundamentos, basados en la primacía del lucro absoluto por medio del juego de suma cero.
No podemos comportarnos como debutantes excitados, deslumbrados y desorientados frente a los especiosos argumentos diplomáticos, del verdadero carnaval de ilusiones que se nos presenta.
El desarrollo de un mercado internacional para el etanol exige socios más confiables que los EE.UU. de George W. Bush.
Traducido para LA ONDA DIGITAL por Cristina Iriarte